miércoles, 20 de julio de 2011

De peladaje y depre

Juan Melgar

Como si los hubiese atacado el dengue, los parroquianos en Los 7 Pilares están turulatos, aplatanados, zombies, derrengados, estragados, pálidos y como ausentes. Ni la llegada de Carambuyo Bill a la logia de los descamisados los pone contentos, como sucede cada vez que regresa del Otro Lado con plática nueva y aventuras del camino. En el ágora más libertaria del mar Roxo de Cortés flota una atmósfera pesada, amarga y desolada. Las cachoras besuconas no interrumpen con sus reclamos amatorios el sórdido silencio de los maitros reunidos, y los moscorrones duermen, sin armar jaleo, en los agujeros de las vigas de la techumbre.


—¡Ultramarinero: hágame usted el fabrón cavor de destapar una por cabeza, que traigo divisas frescas! –pide jubiloso el fronterizo, y con una sonrisa medio yanqui y los ojillos entrecerrados busca la jeta de cada uno de los ahí reunidos, que ni con la invitación se animan. Con paso cansino se arriman a las hieleras, reciben la ambarina ampolla y regresa cada cual a su sitio original, arrastrando la humanidad.

—¿Pues qué pasa aquí? –pregúntales el Bill, alarmado ya ante la estupidización y zuatés generalizada.

— No te fijes, mijito –le dice el Chamán yaqui, consolándolo— yo tampoco he podido interesarlos en nada, por más enjundia que le he puesto a mis narraciones con aventuras de mar y desierto. No responden. Algo les picó yo creo, o los mordió un vejori... Así se pone la gente; es muy ofensiva la mordedura de este animal...

— No, mi Viejo; sucede que traemos la enfermedad del capitalismo: caímos en la depre –explica La Doñita, asumiendo el papel de vocera del resto de mustios—. Yo sí sé por qué estoy deprimida; pero la medicina es inalcanzable: necesito una entrada de dinero segura, estable y suficiente para que mi familia viva con dignidad. Como no la tengo, me deprimo. Supongo que eso es lo que le pasa al resto de los aquí presentes... ¿Me equivoco?

La runfla de maitros, descamisados, cabecitas negras y peladaje vario asiente, convencidísimos todos de que por ahí va también la causa de su lasitud, flojera de corvas, pálpito y deseos infinitos de dejar que el mundo ruede, sin arrimar el hombro a nada.

—Pues pónganse buzos –advierte Carambuyo— porque a ustedes les da luego por buscar un brazo de mezquite y colgarse del pescuezo, a que los meza el coromuelito. No señor. A ver, díganme: ¿Cuándo han tenido dinero? Siempre han sido más pobres que la chingá. ¿Entonces?

Los muertosdehambre habituales escuchan la breve pero sabia argumentación de aquel hombre viajado, con raíces en las tres Californias, y voltean despacito a verse unos a otros, con los labios apretados, los ojos pelados y las cejas enarcadas, como sorprendidos ante la simpleza de la revelación. Luego sonríen, se abrazan y palmotean los lomos como si acabaran de salir del bote y terminan riendo a carcajadas y felicitándose por estar vivos. ¿Depre? No´mbre. “Andamos en nuestras meras nadadas” –se consuelan y juguetean como chamacos.

Sólo La Doñita y el Viejo Chamán de la Pimería permanecen serios, circunspectos. La de los verdes ojos, porque deveras anda estresada, y el brujo, nomás por solidario.

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