Juan Melgar
«Mi nagual es ese gato nocturno de cola anillada al que los biólogos llaman Basariscus astutus, pero que a mí me gusta llamar babisuri; se oye mejor. Cuando en la oscuridad mi energía vital deja este envoltorio carnal y entra en él, puedo vivir la noche y viajar a las estrellas. Con los ojos del nagual logro atrapar las fuentes primarias de la energía para transmutarme de nuevo en otro ser».
Suelta el anciano yaqui la parrafada con voz pausada y grave, como sin esfuerzo y en un tono gutural para todos desconocido. No es el de siempre. Sus intervenciones en la plática que se arma en Los 7 Pilares son siempre monosílabos y sonrisas amables para quienes hablan. A veces, muy de vez en cuándo, cuenta alguna aventura antigua, vivida en compañía y al servicio de personajes históricos, con ellos como protagonistas. El Parara mismo parece guardar hacia el Viejo Chamán yaqui una actitud respetuosa, se diría que hasta reverente; algo inusual en este gurú tan dado al desparpajo y al comentario filoso.
Esta tarde-noche, el anciano habla de sí mismo más que en todos los años transcurridos desde su primera aparición por la logia ballenera paceña. Sorprendidos por el discurso inesperado, el infelizaje encara al viejo canoso. Expectantes, todos lo miran. Esperan.
«La Pimería fue el lugar de mi nación primera. Vine a la California con los padres misioneros y buceé perlas para la Virgen lauretana, y para Ocio, y para Vives. No hubo armada perlera en la que no me embarcara. Cuando el buceo de la conchaperla bajó, en un clíper pirata de tres palos que abordé en Pichilingue bajé por la mar del Sur, doblé el cabo de Hornos y llegué Europa, donde luché con mis hermanos y tomé La Bastilla; acompañé a Napoleón en Egipto, Rusia y Waterloo. Combatí en las barricadas parisinas y me uní a los anarquistas para pelear sus luchas en todo aquel continente, desde Irlanda hasta España. Regresé a estas tierras cuando Franco nos arrebató Madrid y nos empujó a Francia por los Pirineos. Moro aquí desde entonces. Y viajo ahora con mi nagual por mundos sólo ensoñados por la imaginación o la locura febril de los demás. He sesteado a la sombra de ahuehuetes y sequoyas; he navegado ríos que cruzan ciudades luminosas y he estado en edificios de cristal que envuelven nubes. Estoy aquí y allá, en sitios diversos y soy dos, siendo uno. ¿Pueden creerlo?» dice viéndolos a todos, despacito, uno a uno.
Es un brujo yaqui el que habla. Toda su sabiduría parece concentrarse en el negro profundo de esos ojos siempre vivos, que hoy están húmedos, suplicantes, necesitados. Tantos años vividos en la fortaleza de su magia; tantos miles de kilómetros recorridos en viajes astrales y mutaciones, y el chamán poderoso sigue siendo un humilde ser humano que hoy pide credibilidad a unos descamisados multichambas, lo mejor de cada casa en el puerto.
«Te creemos, abuelo», dícele El Parara sin asomo de ironía.
Nadie más habla esa noche en Los 7 Pilares. Se bebe y se vive en silencio.
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