viernes, 29 de julio de 2011

De electricidad y lloros

Juan Melgar


No hay aire acondicionado en Los 7 Pilares. “No tiene caso” –afirman los parroquianos que a su sombra aterrizan buscando amparo a la calor reinante en la isla. La brisa y las ampollas heladas mitigan los trasudores del infelizaje.

— Somos afortunados –argumenta El Bolas, joven optimista de El Calandrio--, porque tenemos dónde capotear la resolana; pero el resto de la perrada se las ve negras con la canícula golpeadora y criminal. ¿Cómo le hacen para aguantar los veranos? Si con un pinchurriento ventilador, el recibo de la luz llega impagable...

— La Comisión Federal de Electricidad es un ente insensible, al que deberíamos obligar a compadecerse de nosotros –argumenta La Doñita—. ¿De dónde saca que nuestros veranos son benignos? Quisiera ver a sus ejecutivos camellando por la 16 de Septiembre a eso de las tres de la tarde, con la bolsa del mandado y arrastrando a dos críos hacia la cueva, con 40 grados y el termostato pegado... La tarifa que nos aplica es como si viviéramos en Cuernavaca.

— Pues en algunos estados los gobernadores andan lurios, porque consiguieron que la CFE les subsidie los veranos con tarifas alivianadas –informa El Juntabotes—. Lo mismo en San Luis Río Colorado y en Mexicali... Alguien debería interceder por nosotros, allá en las alturas.

—Tu Dios no se ocupa de minucias, amiguito –explica El Viejo Chamán yaqui— es en el reino de este mundo donde se arreglan tales asuntos.

— A estas jerarquías me refiero. A lo mejor el Gobernador espera que una comisión de ciudadanos vaya a solicitarle su intercesión para, con su investidura, dialogue y convenza a la CFE de que la calor californiana merece un subsidio, un aliviane, una ayudita… qué se yo. Vivimos un Estado de derecho y seguramente van a hacerle caso. Otra es que pidamos la intervención de la Comisión de Derechos Humanos, o de la ONU, o de/

— Pues yo soy de la idea de que el que no llora no mama, y al llorido debes acompañarlo con argumentos de acero inoxidable, como hicieron años atrás los pobladores en San Mateo Atenco, o los zapatistas del sup Marcos en Chiapas. No hay de otra –subraya El Bolas, con cara de pocos amigos.

Escasamente acostumbrados a la violencia, los maitros habituales en el ágora no parecen apoyar la acción directa que propone el hijo pródigo de El Calandrio. Nomás pajarean a los lados buscando reacciones. El silencio cae sobre el aguaje más libertario del Pacífico y al repentino anarquista no le queda otra que apechugar, rumiando resquemores acerca de la mala pasta “de la que estamos hechos todos ustedes”. (Ni modo — han de pensar--, ¿A quién se le ocurre proponer esfuerzos revolucionarios con este pinche calor?)

Afuera, la arena brilla y el chapopote reverbera inclemente en las calles vacías. Mientras en Los 7 Pilares se bebe y se filosofa, el resto de la tribu en el puerto sestea como puede bajo el comal de los techos o a la sombra del tamarindo familiar, en sueños intranquilos, plagados de vahos y sopores. Qué calor.

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