viernes, 19 de agosto de 2011

De periodistas y némesis




Juan Melgar



En la mitología griega, Némesis, la diosa de la justicia, se vengaba de los hombres que caían en el pecado (ybris) de compararse con los dioses.

Alguien debe, de vez en vez, recordarle a algunos profesionales que no son dioses: a los médicos, por ejemplo. El don maravilloso de sanar la enfermedad y evitar (temporalmente) la llegada de la muerte, no puede ser confundido con el don de dar vida, fenómeno reservado a esa madre despreocupada y fría que es la Naturaleza.

Hay en la sociedad otro grupo de profesionales que con mayor frecuencia cae en el grosero pecado de ybris: el de los periodistas. No hay, para el infalible opinador profesional, tema que se le atore ni asunto que se le empine. Los políticos son, a su juicio, improvisados que no hacen lo que la sociedad les reclama, porque no saben, no pueden o, en el mejor de los casos, porque no quieren.

No es muy difícil detectar a los periodistas iluminados, que todo lo saben y para todo tienen la clave, la fórmula precisa, el remedio adecuado. Para nuestra desgracia, casi nunca nos hacen partícipes de sus luces, condenándonos a vivir en la espesa sombra del error, la incertidumbre y el desconocimiento de la verdad política: la suya, claro. Son por lo general, monotemáticos persistentes. Le sacan jugo a

Un tema durante semanas y meses. Son expertos, saben, tienen la neta, conocen más que el funcionario responsable del ramo. Se llevan el trabajo a casa y a la calle. Aburren a todo mundo presumiendo a quien se ponga a tiro, que el secretario fulano no les da entrevistas: les consulta, les pide opinión.

Su ego crece en razón directa del tiraje y la aceptación del medio para el que trabajan. No envían su reportaje a concurso periodístico alguno porque:

a) el jurado es ignorante;

b) el premio es insuficiente;

c) el certamen está amañado;

d) pocos entienden la profundidad de su prosa (escriben para la posteridad);

e) «A mí no van a comprarme con 30 dineros».

¿Ya me leíste (viste, oíste)? ¿Qué te pareció lo que dije de... (aquí entra el tema: diputados ignorantes, negocios oscuros de políticos en El Mogote, Los Cabos como refugio de funcionarios quemados, Balandra en la mira de los poderosos, pasajes caros...)? ¿Tengo o no tengo razón? Con ese tipo de preguntas que no admiten respuesta negativa, el periodista inoculado con el pecado de creerse dios (o semidiós, de perdida), bombardea a sus supuestos seguidores, sin dejarlos opinar. Les recuerda párrafos completos de su fina prosa y, sin transición, se aleja rápidamente a buscar otros oídos receptivos para iluminarlos con su aura y el milagro de su verbo.

El médico que se siente tocado por el rayo divino actúa como iluminado, pero en su consultorio, sin aspavientos, con cierta discreción compatible con su clase y el don que cree tener. El periodista sabelotodo, por el contrario, cacarea sus minúsculos huevos a toda la rosa de los vientos. Somos una calamidad todos ustedes.

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