lunes, 19 de septiembre de 2011

Lengua Suelta

El Explosivo


Y su mecha para sobreponerse a la lona

Ivan Urosquieta




El “Explosivo” –como lo apodan en los encordados- era de los primeros en llegar al entrenamiento y de los que, por tener hambre de triunfo, se preparaba con mayor intensidad. Al ser el pupilo más aventajado, le correspondía dirigir los ejercicios de calentamiento que, por obligación, todos debían realizar durante 15 minutos antes de iniciar la práctica y tan pronto terminaba, acometía -con la fiereza de sus puños enfundados en guantes “Cleto Reyes”- los costales y peras que asemejan al rival en turno.

Su segunda encomienda era realizar manoplas con el entrenador en jefe y gloria del boxeo sudcaliforniano, “Chango Carballo”; uno a otro lanzaba jabs, uppers y volados que sacudían con violencia los guantes acojinados. Se movía con gran agilidad, con fiereza, la voracidad de un predador; brazos y puños no cejaban de agredir, su gancho al hígado: de antología y por tanto, una de sus mejores armas, era el compañero más admirado por todos quienes en el verano del 2005 asistíamos religiosamente a aquel gimnasio improvisado en una antigua yarda de la Altamirano y Navarro Rubio en este bello puerto de ilusión.

Aunque muy joven, tenía -como todo buen boxeador- un pasado difícil, pero la perseverancia lo había llevado a la superación, a saldar satisfactoriamente su deuda con la sociedad, a terminar sus estudios básicos, a ejercitar su creatividad musical en el hip hop que le permitía liberarse de tensiones mediante la palabra narrada. Un sujeto de voluntad férrea, quien pese a todo su empuje debió enfrentarse a nuevas caídas, como aquella contra Fing que lo llevó a la lona en el quinto.

Dejó que sanaran sus heridas –en especial las del orgullo- y hace poco regresó para derrotar a un mulato. Tuvo arrestos suficientes para sobreponerse a la derrota, bravura para levantarse del fracaso, determinación para no dejar que aquella cuenta de diez segundos diera por terminada su carrera, coraje para evitar que ese nocaut fuera el último de su trayectoria. Más que un púgil, un peleador.

Verlo en el ring, a la distancia de los años, con un futuro prometedor que tiene su origen en la adversidad superada, sirve inspiración para quien hoy está en la lona mientras escucha la cuenta de protección. Durante aquel año de lance deportivo, en que la pasión boxística pasó de la pantalla televisiva al gimnasio de Francisco “El Chango” Carballo, este articulero quizá no desarrolló las detonantes cualidades del “Explosivo” Luna, pero aprendió “haciendo guantes” que el mejor record no es de aquel que tiene el record invicto, sino del logra un aprendizaje en su derrota y regresa al cuadrilátero para dar su mejor batalla…

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