lunes, 5 de septiembre de 2011

Lleno de nada...


Sven Amador Marin

Quizá es una gran fortuna; por qué no. Puede que mi abuelo haya acumulado mucho dinero en vida. Vaya, no es que me importe el dinero en sí, sino la infinita gama de posibilidades, todo lo que me puede dar: independencia, autonomía, mi propio camino, la firmeza de mis decisiones, la prevalencia de mis ideas, un tiempo para decidir bien lo que voy a hacer, es la oportunidad para salir de esta miseria. ¿Qué puede ser? Tal vez un secreto familiar, algo que se ha guardado con recelo por muchos años, tal vez la información sobre un evento importante o vergonzoso; quizá documentos que nadie más conoce y que pertenecieron a un insigne personaje de la familia. ¿Qué secreto puede esconder ahí la abuela? Lo que sea, lo tengo que averiguar, tengo que saber; eso de que sea nada no me lo creo, el acceso a nada no se prohíbe porque si es nada, qué daño puede hacer, la nada no daña. Es algo, definitivamente es algo y tengo que saber qué es.

Y ya no sólo es la prohibición, sino que esa prohibición sea para mí, lo cual significa que es algo que se refiere a mí, la nada no se refiere a mí, algo se refiere siempre a mí, de no ser así, mi abuela, quien desde pequeño me cuida y me conoce, no se hubiera tomado la molestia de pedirme que no abriera la puerta de ese cuarto que, curiosamente, hasta ahora me doy cuenta que nunca se había abierto.

Sí, entiendo que ella es mi principal y única benefactora y que por eso no quiere que me suceda algo malo (maldad, ausencia de bondad, es decir, nada bondad) pero también es cierto que yo soy lo único que ella tiene y eso relativiza todo. Quizá lo que hay ahí dentro me puede arrancar de su lado o, pudiera pensar ella, me hará olvidarla, pero no es así y siempre se muestra muy evasiva ante mis preguntas. «Nada, hijo, ya no insistas que no es nada», me responde. Ya he agotado todas mis formas de persuasión y he buscado por doquier las llaves de los cerrojos pero nada, lo que me hace pensar que las trae siempre consigo y las esconde cuando me pide que la espere al desvestirse antes de su baño. Pudiera hacer cosas más notorias pero sería demasiado evidente mi interés y entraría en un eterno e inútil conflicto con la abuela. Dios guarde y le provoque algún daño por su avanzada edad. Debo ser cuidadoso para saber qué hay ahí. Piensa, piensa, piensa.

No es justo, lo que sea debo saberlo, soy el único de la familia en quien puede confiar, de hecho soy todo lo que tiene por familia y ni así se atreve a decirme o mostrarme lo que hay ahí; esto me hace pensar que es algo verdaderamente importante, es decir, la abuela está corriendo el riesgo de que lo que hay ahí se pierda con ella; bueno, igual y sabe que si fallece, alguien —¿yo?— entrará ahí y revelará el misterio, pero entonces de menos asume que es algo vital porque lo que sea que hay ahí, afecta a nuestras vidas, pero ya no importa tras su muerte; algo así no puede ser nada, en absoluto es algo.

No puede ser algo con vida porque hace mucho se hubiera notado su presencia; pensándolo bien, tampoco creo que sea dinero o moneda corriente porque las denominaciones han cambiado con el curso de los años. Debe ser algo inmutable y resistente, algo muy valioso que valga la pena cuidar y, no sólo eso, sino que haga necesaria la prohibición explícita a una persona tan cercana y que no sólo sea cercana, sino que también es la única persona a la que podría confiar el secreto tras su muerte.

Metales preciosos es lo que me viene a la mente, pero no quiero verme tan avaro, además que, de ser eso, hubiera sido insensato no echar mano de ellos en los muchos momentos de dificultad económica que hemos tenido.

Pensar en un tesoro familiar pues resulta muy ambiguo. Qué puede ser, ropa, artículos personales del linaje familiar, fotografías, documentos, libros, relicarios, incluso las cenizas de algunos de ellos, pero qué valor pueden tener salvo el sentimental que, a decir verdad, resulta mucho para la chochez de los ancianos, pero aún así no implica una prohibición abierta a la única persona o ser querido de confianza, con no mencionarlo y dejarlo como hasta ahora hubiera bastado y para salvaguardar su cuidado hubiera sido suficiente una disposición testamentaria; sin embargo nada de eso existe, conozco más a mi abuela que ella misma, me he encargado de arreglar todos sus asuntos terrenos y más, esclavizarme a ella ha sido la mejor forma de conocerla y ahora se me veda algo y ese algo debe ser de tal importancia que no puede ser nada.

Pienso en lo que puede ser lo más importante para mi abuela pues seguramente eso tiene relación con lo que hay adentro de ese cuarto. No está tan descabellada la idea: lo más importante para mi abuela debo ser yo, pero yo en cuanto al papel que desempeño en su vida, no yo en cuanto yo. Ella no tiene a nadie más, soy todo lo que tiene, sin mí quedaría completamente sola, ya ella no puede cuidarse, ya no puede hacer nada, se le comienzan a olvidar las cosas y a veces hasta creo que delira. No es que esté cansada, es la vejez. Ya está decrépita y su único bastión contra la decrepitud y la soledad soy yo. Ha prolongado su vida a costa de la mía y eso que está adentro, representa la posibilidad de que esta simbiosis se acabe. No es que ella sea egoísta o mala, nada de eso, hasta me atrevería a pensar que es inocente. Vamos, nadie quiere estar solo en sus últimos años de vida; todos queremos a alguien que esté junto a nosotros en el instante final de nuestra existencia. La comprendo. Te comprendo, abuela, se que eso que me prohíbes te hace pensar que me va a apartar de ti, pero no es así; se también que no tienes las fuerzas para deshacerte de eso y que, si quisieras pedir ayuda, tendrías que hacerlo a través de mí. Sabes que la única forma de mantenerlo vedado es prohibiéndomelo porque siempre te he amado, siempre te he estado infinitamente agradecido por todo lo que haz hecho por mí, sabes que no podría desobedecerte, que sería incapaz, que tú también eres la única persona que tengo porque me he consagrado a tu cuidado, lo sabes pero ¿y si no fuera así?

¿Si eso que hay ahí adentro representa algo mucho mejor para mí que estar junto a la abuela lo que le resta de vida?

Pero los dos sabemos que ya no vivirá demasiado, lo sabemos y nuestras miradas lo revelan cuando se cruzan en el comedor, o cuando la estoy bañando y le preparo sus vestidos de florales estampados; lo sabemos cuando peino sus níveas hebras adheridas al frágil y huesudo cráneo. Yo se que su muerte está pronta, la liberación para los dos. Ella dejará este mundo de cataratas y yo comenzaré a vivir pronto, pero pronto es incierto; lo sabemos pero entonces porqué me prohíbe ver lo que hay dentro de ese cuarto; no sólo me prohíbe ver, sino disponer de ese algo.

No entiendo absolutamente nada, aunque la abuela siempre ha sido robusta y ha gozado de una salud envidiable, en la casa se respira la incierta proximidad de su muerte, nadie nos lo ha dicho; el doctor hasta ha bromeado diciéndonos que ya quisiera para él la salud de la abuela, pero ya está vieja y su aliento es amoniacal, estos son signos inmediatos a la muerte; ella lo sabe, además que su prohibición lo confirma: ¿por qué habría de prohibir algo?, en todo caso tal prohibición representa una disposición sobre sus asuntos, un ajuste de cuentas con los pendientes y ante todo el discurrir de mis años nunca me había tocado una prohibición tan tajante y, a la vez, infundada. Eso que hay ahí es, si no lo más importante, sí muy importante para ella, y como yo soy muy importante en su vida, eso que hay ahí seguro guarda relación estrechísima conmigo.

La abuela nunca fue de grandes ideas ni poseyó una brillante mente. Fue una mujer sencilla y con suerte. Tuvo su familia, la crió, vio a su nieto crecer y aun tuvo la oportunidad de educarlo en las buenas costumbres. Ya vivió su vida y no puede quejarse. No es mujer de grandes secretos, a veces no se sabe si es inocente o ingenua, hasta imprudente como los niños. Eso es: una niña que ha vivido muchos años; ya no puede enturbiar la recta final de su vida con jugarretas de adolescente, tiene que ceder paso a la vida, no puede estancar su curso natural, ella debe hacerse a un lado, dejar que la luz de la juventud ilumine la oscuridad de sus recuerdos y nostalgias pasadas. Tiene que permitirme el acceso a ese cuarto, ahí está, me atrevería a pensar, la clave de nuestras vidas, de nuestras erráticas existencias; ahí está la pieza imprescindible que nos va a sacar de este atolladero de mierda: ella podrá acabar su vida, la vida que ya vivió, y yo podré comenzar la mía, la que no he vivido. Ahí, tras esa puerta con mil cerrojos, ahí entre esas cuatro paredes está mi libertad —nuestra libertad— y ésta no puede ser nada, la libertad no es nada, la libertad es todo, ahí está todo y la única persona que tiene acceso, es también la única persona que no tiene el derecho a prohibirme el acceso.

En todo caso yo sería un agente de lo inevitable y no puedo esperar a que algo ajeno e incierto le llegue para revelarme el misterio oculto. Tengo que ser yo quien se apropie de todo. Yo tengo que ir por ello.

¿Y si fuera nada? No, qué caso tendría; si fuera nada, nada tendría sentido. La nada, nada es y solo algo se prohíbe. La nada no se prohíbe porque es nada, o mejor dicho, no es. La nada no sirve para nada.

No puede ser que además de succionarme la vida a lo largo de todos estos años también me esté robando el sueño, ya parezco muerto en vida rondando la casa y cuidándome de no detener la mirada en esa puerta para no hacer evidente la razón de mis profundas cavilaciones. ¡Mierda!, ya no se sabe quién está más viejo.

El enorme espejo circular con el ornamentado marco de hojarasca dorada me grita que los dos estamos, somos viejos. Ella se sienta sumisa en el diván aterciopelado; yo me coloco de pie detrás de ella para comenzar el diario ritual del peinado.

Tomo sus cabellos nevados, paso suavemente mis dedos y el peine entre ellos. Los dos nos vemos, los dos tenemos las cuencas oculares sumidas y ojerosas; ella por la vejez y yo por el insomnio apabullante. Ninguno de los dos sonríe. Hablamos con la mirada. No se si sepa, lo dudo, pero en todo caso, de ser así parece estar de acuerdo. Esto se tiene que acabar. La única nada válida aquí es la de la acción.

Dejo el peine en el buró, junto a éste está la mesita de costura, hay una canasta de mimbre con bolas de estambre dentro y grandes agujas ensartadas en ellas.

Será rápido y silencioso.

—¿Qué pasa, hijo?

—Nada, abuela. Nada.

Su conformidad parece tal que ni siquiera emite sonido alguno, solo una expresión de sorpresa se descubre en sus claros ojos azules como el cielo, abiertos a la vastedad del infinito, queriendo aprehender el último instante de vida que fluye por su cuerpo ya cansado de vivir. Aquí estamos juntos, abuela, al final de tu vida y al inicio de la mía. En el preciso instante de exhalar tu alma estamos más unidos que en todos estos largos años juntos.

Tus funerales serán silenciosos y otoñales; con la palidez de un sol nublado, un leve viento soplando y después descenderás a tu morada eterna, al eterno descanso mientras yo comienzo a vivir; ahora dame las llaves de tu secreto, tu gran secreto.

Uno. Dos. Tres cerrojos. La puerta rechina al abrirse. Un aire sofocado y húmedo me golpea el rostro. Oscuridad. Espero unos instantes a que mis ojos se acostumbren a la oscuridad. No hay ventanas (obvio) ni muebles. El piso es de concreto; abro más la puerta para que entre la luz porque no hay iluminación. El techo, al igual que en el resto de la casa, también es de concreto, de hecho todas las paredes lo son, pero no me decepciono. Comienzo a buscar. Es una pieza chica y me precipito sobre cada rincón, la recorro centímetro a centímetro, mi corazón late a prisa, mi respiración se agita y no se si es debido a la conmoción de que al fin accedí al misterio o a que no lo encuentro. Palpo la superficie de las paredes, toco con los nudillos a ver si hay un espacio hueco; incluso lo hago con la puerta pero nada, está sólida. Otra vez busco en todo el cuarto deteniéndome en cada detalle. Parece que la habitación nunca se terminó totalmente, no está pintada y no hay señas de que la hayan encalado o que se haya taladrado algo, parece obra negra solamente.

No, no quiero desesperarme. Mis ojos ya están más habituados a la oscuridad, vuelvo a buscar; golpeo con mayor fuerza las paredes, el piso y aun el techo. Nada. Ubico —como ya lo había hecho— por fuera la habitación y busco en el exterior a ver si no se me pasó algún detalle. Nada.

Es absurdo, no puede ser nada, no es lógico. Aquí tiene que haber algo, sino porqué, cómo, ¡para qué! Algo, algo tiene que haber pero no encuentro nada. Busco, busco en toda la casa pero ya la conozco perfectamente, aún así busco; busco entre las pertenencias de la abuela alguna pista o algo que me diga algo. Nada. Vuelvo al cuarto. Reviso todo de nuevo, meto velas y una lámpara, todo lo que ilumine hasta el más abismal de los rincones. Esto es un cubo de concreto frío y vacío, no hay nada pero tiene que haber algo si no para qué…

Vuelvo a buscar en toda la casa, golpeo las paredes con el puño, los pies, los hombros, la cabeza; vuelco todo, invierto todos los muebles, rasgo los cuadros, busco en todos los rincones pero siempre vuelvo al cuarto…

La abuela me mira desde su sueño y parece repetirme una y otra vez que no hay nada y su voz me taladra la mente. No hay nada. Me suena como la más impenetrable y absurda verdad. No hay nada. Una y otra y otra vez. No hay nada, pero tiene que, tiene que haber algo. No hay nada. Tiene que ser algo, es absurdo, es estúpido, no hay nada, la nada no es nada; ¡cállate y dime qué es, dónde está! No es nada, ¡dónde, dónde!, ¡dime!, ¡no te mueras sin decirme!, ¡dime!... no es nada. La nada no es, no puede ser nada, tiene que ser algo y tú sabes, ¡dime!, ¿no es nada?, necesito que sea algo, dime lo que es… no es nada… es tonto, es estúpido, es absurdo, la nada es absurda… no es nada… es ilógico prohibir nada, la nada no se prohíbe, se prohíben cosas… no es nada… ¡por qué!, por qué me prohíbes la nada ¡por qué!... no es nada… es algo, es algo… no es nada… ¡No!, sí es algo, tiene que ser algo… no es nada ¡cállate, chingado!, ¡cállate y dime qué es, dónde está!... no es nada… sí es algo… no es nada… sí es algo, tiene que ser algo, no puede ser nada, abuela… no es nada, hijito…

La Paz, Baja California Sur, 2010

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