viernes, 26 de septiembre de 2014

Al pueblo Sudcaliforniano y a todos los hermanos del País que se han unido a nosotros en esta situación de crisis, pero de gran esperanza




Saludo a todo el pueblo de la Baja California Sur y a todos aquellos que desde otras partes del país se han unido a nosotros en este momento de contingencia. Estamos viviendo momento difíciles, pero es precisamente en el sufrimiento en donde se demuestra de qué estamos hechos y hasta dónde llega nuestra fe.
Sería inútil narrar lo que los medios masivos de comunicación describen tras el paso de Odile, lo hemos visto todos en los últimos días, a través de la imágenes en la televisión y las redes sociales. Pero estar en el lugar de los hechos hace que las imágenes electrónicas queden reducidas. Permanecer de pie ante un panorama desolador, dantesco, en el que no se encuentran las palabras y nos embargan los sentimientos, es algo difícil de transmitir.
Nuestra media península es enorme, pero fue tal la magnitud del huracán Odile que tuvo la fuerza suficiente para recorrerla de sur a norte. Su paso fue destructor, llevándose lo que se encontraba; tanto es así que a mayor número de edificios hoteleros o comerciales y de vivienda, mayores fueron los daños. Pero su estela destructora también se hizo presente en poblaciones más pequeñas o en construcciones perdidas entre las dispersas rancherías que existen a lo largo y ancho del estado. Comunidades que quedaron totalmente aisladas pues desapareció todo acceso.
Hoy, estamos viviendo la pesadilla del “día siguiente”, una realidad que nos habla de una reconstrucción que tardará muchas semanas, meses. En estos días, somos noticia, incluso a nivel internacional, pero y ¿qué pasará cuando ya no haya “material interesante” desde el punto de vista mediático? Mientras que hoy debemos estar de pie, luchando, no podemos perder de vista que el interés de quienes nos ayudan desde afuera se irá desvaneciendo con el pasar de los días, por lo que debemos trabajar con estrategia, con planes concretos que incluyan a todos los que somos parte de esta tierra en la ardua labor de reconstrucción.
Hay que reconocer que las autoridades de los diferentes niveles de gobierno están poniendo todo su empeño a través de recursos que amainen los grandes problemas presentados. Es loable el trabajo realizado por la Comisión Federal de Electricidad, así como el de las compañías telefónicas. Pero la tarea no es sólo de gobiernos y empresas, es la responsabilidad de todos. Como Iglesia, coordinamos los apoyos a través de Caritas y otras iniciativas que han surgido en cada parroquia y grupos pastorales. Trabajo en el que ha participado la comunidad católica y gente de buena voluntad. Pero debemos prepararnos hoy para el mañana. Para el momento en el que el entusiasmo de quienes ayudan disminuya.
Es verdad que los problemas superan con mucho lo que se pueda compartir a través de ayudas de todo tipo, en especie o en lo económico, pero eso nos debe enseñar a ir erradicando el paternalismo. Que la mano se extienda para buscar la mano solidaria, de los lejanos y los cercanos. Que sea una mano que recibe y también una mano que trabaje en la propia reconstrucción.
Muchas lecciones debemos sacar de este evento extraordinario. Primero, y por encima de todo, enaltecer el valor de la solidaridad, el hoy por nosotros y mañana por ellos. He visto en cada comunidad golpeada por Odile gente trabajando, reconstruyendo o limpiando su espacio, pero también actuando de manera solidaria con el vecino. Es maravilloso cuando el pobre cree en el pobre. Esa gente que nació aquí o sienten como suya esta tierra; son esos que han heredado el espíritu de Salvatierra y compañeros, frente a los aventureros que creyeron que ésta era una tierra de amazonas, perlas y oro, los cuales se regresaron al darse cuenta de que lo inhóspito era la principal característica de este lugar.
Odile nos recordó también lo pequeños que somos ante la naturaleza que, cuando muestra todo su poderío, destruye lo que la mano del hombre ha construido, no siempre hecho de la mejor manera y menos en el lugar adecuado. Por ello, algo fundamental que aprendimos es el valor de la prevención. Con la naturaleza no se juega. Parecía que habíamos olvidado sus embates ahora que contamos con medios extraordinarios para prevenir. Teléfonos móviles, Internet, redes sociales, herramientas que nos muestran con gran exactitud y en tiempo real lo que está por venir. No debemos ignorar estos avisos o minimizar la fuerza de la naturaleza.
No puede faltar, igual como una gran lección, el sentirnos verdaderamente hermanos. Somos una misma familia, no importa si unos han nacido en este bello estado, o muchos otros hemos llegado de otros lugares pero del mismo país, incluso del extranjero. Todos somos peregrinos que coincidimos en este espacio y este momento, somos distintos por ser individuos pero con los mismos derechos y las mismas obligaciones. Recordemos que quienes pusieron los cimientos de este bello estado también llegaron de otros lares. Muchos sudcalifornianos han puesto todo su empeño por conseguir grandes objetivos y a este sueño se han unido quienes han llegado de allende el Mar de Cortés o del Océano Pacífico, juntos han construido una nueva sociedad que se esfuerza porque haya oportunidades para todos. El racismo y la denostación nunca favorecen, menos en estos momentos en los que hay que caminar codo con codo.
Es la oportunidad para vernos de otra manera, de hacer a un lado la xenofobia, de que las razas y el color de la piel son simplemente eso, diferencias accidentales. Esencialmente somos iguales y debemos partir de ese elemento para vivir en el respeto, para seguir complementándonos desde los distintos oficios y enriqueciéndonos en la diversidad cultural, sin perder jamás las huellas sembradas en el pasado.
El progreso de los últimos años no puede detenerse, no es un simple raspón el que hemos padecido, hay grandes heridas y fracturas, pero somos un pueblo que lucha y en poco tiempo volveremos a una vida normal. Esto también nos lleva a reconsiderar el estatus de muchos hermanos que antes ya estaban mal, que han quedado peor pero que hoy tienen una oportunidad para estar mejor; Es momento de pensar en mejorar sus viviendas y trabajos dignos. Reubicar áreas de asentamientos que suponen un riesgo, contemplar los servicios básicos con los que deben contar.
No puedo dejar de pensar en ese pueblo mexicano que en este momento se preocupa por nosotros, que sin conocernos nos hablan con hechos de lo que es la fe y la caridad. Desde los gobiernos, el federal, los de los estados, poblaciones grandes y pequeñas, distintas asociaciones, universidades y otras entidades educativas, empresas y trabajadores, las diócesis que a través de sus obispos, sacerdotes y laicos, todos ellos nos están dando muestras de fraternidad con sus apoyos.
El gran reconocimiento para los grandes hombres de la Compañía Federal de Electricidad, la gran mayoría de ellos han venido de lejos, duermen poco y en condiciones precarias, trabajan largas jornadas a lo largo de la carretera y en las mismas poblaciones para ofrecernos un servicio que hoy es necesario. Y todos esos soldados que cumplen con su deber, pero lo hacen desde la mirada fraternal, velan por nuestra seguridad pero también realizan enormes acciones altruistas. Sí, unos y otros están aquí para ayudarnos, ellos no ven el color de la piel ni los rasgos físicos, simplemente nos ven como hermanos mexicanos. La presencia del nuevo cuerpo de seguridad, la Gendarmería, es de gran ayuda sobre todo cuando la psicosis colectiva nos puede llevar a ver más peligros de los que realmente existen. A todos ellos, gracias.
Tenemos en nuestras manos retos como quizá nunca habíamos tenido, pero no estamos solos, Dios Padre Providente nos acompaña y nos impulsa a trabajar para construir una nueva sociedad, más fraterna, más solidaria. Mejor aprendizaje no podemos sacar de todo aquello que ha sido doloroso pero que nos impulsa a ser mejores cristianos, mejores ciudadanos. Aprendamos.



+ Miguel Ángel Alba Díaz



Obispo de La Paz

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